domingo, 22 de marzo de 2015



EDUCAR, NO ENSEÑAR.


Se me ha echado el tiempo encima.  Este trimestre tampoco me ha dado tiempo a evaluar.

Tengo la sensación de que no sólo en mi centro, sino en cualquiera de los muchos en los que he estado, trabajan más los profesores que los alumnos.  Me explico y enlazo con el tema a analizar, la evaluación y la autoevaluación educativa.

En general estamos tan preocupados por “enseñar” que nos olvidamos de evaluar.  Sí de “enseñar”, es decir de mostrar, decir, expresar, no de educar.  Los “enseñantes” son profesionales de la educación atareadísimos con “mostrar” a los alumnos cómo se hacen las cosas, cómo se piensa sobre algo, cómo se analiza, cómo se resuelve… y todo esto sobre los más diversos temas, a veces, incluso con megáfono, micrófono, PowerPoint, Prezi… o lo que vaya dando la tecnología; con lo que no les da abasto a otra cosa más que a circular por la pasarela, exhibirse y gritar algo así, en definitiva, como “sed como yo, hacedlo como yo, descubridlo como yo, sentidlo como yo…”

No sólo imaginamos, sabemos todos el fracaso al que está destinada la tarea de “enseñar”, no sólo por parte de los alumnos; el profesorado aquí se lleva la peor de las derrotas, la mayor de las frustraciones.  No podía ser de otra manera.

Cada día los niños son más descarados, pero los profesores estamos tan instalados en el paradigma “enseñar” que no atendemos a sus críticas.  No vale de nada que nos repitan una y otra vez, de manera clara y fuerte, haciéndose oír por toda la clase, sabiéndose seguidos por sus compañeros, frases parecidas a estas: “Profe, me estoy aburriendo”, o “no me ralles la cabeza, no hables tanto, cállate un poco, por favor”, “¿La has tomado conmigo? Por qué siempre estás pendiente de mí?”, “ya, ya.. no seas pesado”.

Da un poco de risa esto de vernos a nosotros mismos agobiados ahora que llega la evaluación trimestral porque no nos ha dado tiempo a evaluar.  Ahora resulta que después de un trimestre resulta que caemos en que no conocemos a los alumnos y no podemos evaluarlos.  Una vez más, trimestre tras trimestre, año tras año… y no despertamos en la caída.

Quizá sea porque como dicen cada profesor no tiene más remedio que imitar a los que fueron sus profesores, que no conoce nada más. Bueno sí, conoce un montón de pedagogías y didácticas… pero ofrecidas en el mismo estilo que criticamos.  Y también los enseñantes de enseñantes aprendieron con el mismo paradigma de fichas, libros para completar, recortables, líneas de puntos para seguir, palabras para enlazar, subrayar, tachar… En fin, creo que sabéis de lo que hablo.

Hasta el que empieza ahora en esta profesión sabe que la evaluación es un proceso consustancial al aprendizaje, que se aprende, generalmente, del fracaso, que lo del aprendizaje por ensayo error no es ajeno a lo académico y que lo que nos lleva a un estado propicio para el aprendizaje es el estado de quietud, melancolía, hipersensibilidad y necesidad que se genera cuando nos vemos ante un fracaso; en cambio, sabemos todos que el éxito no nos lleva a meditar mucho.

Por tanto creo que estamos de acuerdo en la teoría.  La educación –que no la enseñanza-  lleva implícita la evaluación.  En todos los aspectos y estamentos, por todos y sobre todo.  En la práctica actuamos como ajenos a esta verdad, distrayéndonos con mostrar lo que sabemos una y otra vez, facilitar la sensación de trabajo a los demás, hacerles creer que nos siguen… creérnoslo nosotros…  Dicen que el gran problema de los profesores, aparte de que solemos ser hipercríticos con nosotros y con lo que nos rodea, es que no reflexionamos sobre lo que hacemos.  ¡No tenemos tiempo!

Plantearía un objetivo generador para lo que queda de curso: No hagas nada por tus alumnos que puedan hacer ellos por sí mismos, no te preocupes tanto por trabajar, por hacerlo bien tú, intenta que lo hagan ellos. 

Ya hartos de tanto barroco educativo, propongo una especie de minimalismo en la actuación de los educadores que permita la acción de los educandos.

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