EDUCAR, NO ENSEÑAR.
Se me ha echado el tiempo encima. Este trimestre tampoco me ha dado tiempo a
evaluar.
Tengo la sensación de que no sólo en mi centro,
sino en cualquiera de los muchos en los que he estado, trabajan más los
profesores que los alumnos. Me explico y
enlazo con el tema a analizar, la evaluación y la autoevaluación educativa.
En general estamos tan preocupados por “enseñar”
que nos olvidamos de evaluar. Sí de “enseñar”,
es decir de mostrar, decir, expresar, no de educar. Los “enseñantes” son profesionales de la
educación atareadísimos con “mostrar” a los alumnos cómo se hacen las cosas,
cómo se piensa sobre algo, cómo se analiza, cómo se resuelve… y todo esto sobre
los más diversos temas, a veces, incluso con megáfono, micrófono, PowerPoint,
Prezi… o lo que vaya dando la tecnología; con lo que no les da abasto a otra
cosa más que a circular por la pasarela, exhibirse y gritar algo así, en
definitiva, como “sed como yo, hacedlo como yo, descubridlo como yo, sentidlo
como yo…”
No sólo imaginamos, sabemos todos el fracaso al
que está destinada la tarea de “enseñar”, no sólo por parte de los alumnos; el
profesorado aquí se lleva la peor de las derrotas, la mayor de las
frustraciones. No podía ser de otra
manera.
Cada día los niños son más descarados, pero los
profesores estamos tan instalados en el paradigma “enseñar” que no atendemos a
sus críticas. No vale de nada que nos
repitan una y otra vez, de manera clara y fuerte, haciéndose oír por toda la
clase, sabiéndose seguidos por sus compañeros, frases parecidas a estas: “Profe,
me estoy aburriendo”, o “no me ralles la cabeza, no hables tanto, cállate un
poco, por favor”, “¿La has tomado conmigo? Por qué siempre estás pendiente de
mí?”, “ya, ya.. no seas pesado”.
Da un poco de risa esto de vernos a nosotros
mismos agobiados ahora que llega la evaluación trimestral porque no nos ha dado
tiempo a evaluar. Ahora resulta que después
de un trimestre resulta que caemos en que no conocemos a los alumnos y no
podemos evaluarlos. Una vez más,
trimestre tras trimestre, año tras año… y no despertamos en la caída.
Quizá sea porque como dicen cada profesor no
tiene más remedio que imitar a los que fueron sus profesores, que no conoce
nada más. Bueno sí, conoce un montón de pedagogías y didácticas… pero ofrecidas
en el mismo estilo que criticamos. Y
también los enseñantes de enseñantes aprendieron con el mismo paradigma de
fichas, libros para completar, recortables, líneas de puntos para seguir,
palabras para enlazar, subrayar, tachar… En fin, creo que sabéis de lo que
hablo.
Hasta el que empieza ahora en esta profesión
sabe que la evaluación es un proceso consustancial al aprendizaje, que se
aprende, generalmente, del fracaso, que lo del aprendizaje por ensayo error no
es ajeno a lo académico y que lo que nos lleva a un estado propicio para el
aprendizaje es el estado de quietud, melancolía, hipersensibilidad y necesidad
que se genera cuando nos vemos ante un fracaso; en cambio, sabemos todos que el
éxito no nos lleva a meditar mucho.
Por tanto creo que estamos de acuerdo en la
teoría. La educación –que no la
enseñanza- lleva implícita la
evaluación. En todos los aspectos y
estamentos, por todos y sobre todo. En
la práctica actuamos como ajenos a esta verdad, distrayéndonos con mostrar lo
que sabemos una y otra vez, facilitar la sensación de trabajo a los demás,
hacerles creer que nos siguen… creérnoslo nosotros… Dicen que el gran problema de los profesores,
aparte de que solemos ser hipercríticos con nosotros y con lo que nos rodea, es
que no reflexionamos sobre lo que hacemos.
¡No tenemos tiempo!
Plantearía un objetivo generador para lo que queda
de curso: No hagas nada por tus alumnos que puedan hacer ellos por sí mismos,
no te preocupes tanto por trabajar, por hacerlo bien tú, intenta que lo hagan
ellos.
Ya hartos de tanto barroco educativo, propongo
una especie de minimalismo en la actuación de los educadores que permita la
acción de los educandos.