domingo, 26 de julio de 2015


Nobody, not even the rain, has such small hands


¿Quién fue ese amor primero que os abrió al mundo, que tan discretamente como la lluvia, con unas manos tan invisibles, os quitó capa a capa la armadura oxidada y dio seguridad para sumergiros en el río de la vida?  Probablemente  E. E. Cummings quiso reflejar en su poema a la persona que nos provoca ese tiempo-estado en el que se decide participar en la vida, dejar en un segundo plano, los manuales, los programas de mano, las guías, las instrucciones, la preparación para la vida… y vivir.

No me gustan los tatuajes, pero me impactó ver este verso de E. E. Cummings  grabado en el hermoso cuello de una chica.  Woody  Allen popularizó este poema, “el de la página 112”,  como estrategia de declaración de amor de uno de sus personajes en la película en Hannah And Her Sisters… y funcionó; la chica entendió el mensaje, no hubo que decir nada más.  Lástima que la realidad no sea tan de película.

Somewhere I have never travelled,gladly beyond
any experience,your eyes have their silence:
in your most frail gesture are things which enclose me,
or which I cannot tough because they are too near

your slightest look easily will unclose me
though I have closed myself as fingers,
you open always petal by petal myself as Spring opens
(touching skillfully, mysteriously) her first rose

or if your wish be to close me, I and
my life will shut very beautifully, suddenly,
as when the heart of this flower imagines
the snow carefully everywhere descending;

nothing which we are to perceive in this world equals
the power of your intense fragility: whose texture
compels me with the colour of its countries,
rendering death and forever with each breathing

(I do not know what it is about you that closes
and opens; only something in me understands
the voice of your eyes is deeper than all roses)
nobody, not even the rain, has such small hands



El poema, como toda obra de arte, es poli-sugerente; visto desde el prisma psico-educativo de este blog, llevaría a hacernos otra pregunta: ¿Qué maestros, profesores, educadores, familiares, amigos…  de una forma tan efectiva y discreta como la lluvia, te abrieron al mundo?  Muy pocos, ya lo sé; contados.  Pero piensa un poco, quizá no entre en la categoría ninguno en concreto, pero ten en cuenta que estamos hablando de realidad, y en ella el protagonista, el héroe, no suele serlo siempre, ni en todas partes, ni con todo el mundo, la vida es más compleja que la ficción. 

Quizá ahora sí te vengan a la memoria “enseñantes” –en qué palabra más fea hemos desembocado para evitar el “todos/todas” de los malos políticos- , quizá ahora te vengan a la memoria algunos, decía; pero cuidado, descarta los petarderos, que esos ya tuvieron su momento de gloria mientras se lucían/fundían entre decorados y adehalas… ya os hablé del barroco en educación, y de sus años y daños de gloria.  No, no penséis en esa gente; sí en la gente discreta, en los que “con manos pequeñas como la lluvia” os dieron armas para enfrentaros al mundo y os ayudaron a descubriros y descubrir vuestro camino.


Bien, pues aunque sea tarde, aunque no se enteren, aunque, seguramente, no les importe demasiado el hecho, por una puñetera vez siéntete agradecido hacia ellos. Es lo menos que puedes hacer.

domingo, 22 de marzo de 2015



EDUCAR, NO ENSEÑAR.


Se me ha echado el tiempo encima.  Este trimestre tampoco me ha dado tiempo a evaluar.

Tengo la sensación de que no sólo en mi centro, sino en cualquiera de los muchos en los que he estado, trabajan más los profesores que los alumnos.  Me explico y enlazo con el tema a analizar, la evaluación y la autoevaluación educativa.

En general estamos tan preocupados por “enseñar” que nos olvidamos de evaluar.  Sí de “enseñar”, es decir de mostrar, decir, expresar, no de educar.  Los “enseñantes” son profesionales de la educación atareadísimos con “mostrar” a los alumnos cómo se hacen las cosas, cómo se piensa sobre algo, cómo se analiza, cómo se resuelve… y todo esto sobre los más diversos temas, a veces, incluso con megáfono, micrófono, PowerPoint, Prezi… o lo que vaya dando la tecnología; con lo que no les da abasto a otra cosa más que a circular por la pasarela, exhibirse y gritar algo así, en definitiva, como “sed como yo, hacedlo como yo, descubridlo como yo, sentidlo como yo…”

No sólo imaginamos, sabemos todos el fracaso al que está destinada la tarea de “enseñar”, no sólo por parte de los alumnos; el profesorado aquí se lleva la peor de las derrotas, la mayor de las frustraciones.  No podía ser de otra manera.

Cada día los niños son más descarados, pero los profesores estamos tan instalados en el paradigma “enseñar” que no atendemos a sus críticas.  No vale de nada que nos repitan una y otra vez, de manera clara y fuerte, haciéndose oír por toda la clase, sabiéndose seguidos por sus compañeros, frases parecidas a estas: “Profe, me estoy aburriendo”, o “no me ralles la cabeza, no hables tanto, cállate un poco, por favor”, “¿La has tomado conmigo? Por qué siempre estás pendiente de mí?”, “ya, ya.. no seas pesado”.

Da un poco de risa esto de vernos a nosotros mismos agobiados ahora que llega la evaluación trimestral porque no nos ha dado tiempo a evaluar.  Ahora resulta que después de un trimestre resulta que caemos en que no conocemos a los alumnos y no podemos evaluarlos.  Una vez más, trimestre tras trimestre, año tras año… y no despertamos en la caída.

Quizá sea porque como dicen cada profesor no tiene más remedio que imitar a los que fueron sus profesores, que no conoce nada más. Bueno sí, conoce un montón de pedagogías y didácticas… pero ofrecidas en el mismo estilo que criticamos.  Y también los enseñantes de enseñantes aprendieron con el mismo paradigma de fichas, libros para completar, recortables, líneas de puntos para seguir, palabras para enlazar, subrayar, tachar… En fin, creo que sabéis de lo que hablo.

Hasta el que empieza ahora en esta profesión sabe que la evaluación es un proceso consustancial al aprendizaje, que se aprende, generalmente, del fracaso, que lo del aprendizaje por ensayo error no es ajeno a lo académico y que lo que nos lleva a un estado propicio para el aprendizaje es el estado de quietud, melancolía, hipersensibilidad y necesidad que se genera cuando nos vemos ante un fracaso; en cambio, sabemos todos que el éxito no nos lleva a meditar mucho.

Por tanto creo que estamos de acuerdo en la teoría.  La educación –que no la enseñanza-  lleva implícita la evaluación.  En todos los aspectos y estamentos, por todos y sobre todo.  En la práctica actuamos como ajenos a esta verdad, distrayéndonos con mostrar lo que sabemos una y otra vez, facilitar la sensación de trabajo a los demás, hacerles creer que nos siguen… creérnoslo nosotros…  Dicen que el gran problema de los profesores, aparte de que solemos ser hipercríticos con nosotros y con lo que nos rodea, es que no reflexionamos sobre lo que hacemos.  ¡No tenemos tiempo!

Plantearía un objetivo generador para lo que queda de curso: No hagas nada por tus alumnos que puedan hacer ellos por sí mismos, no te preocupes tanto por trabajar, por hacerlo bien tú, intenta que lo hagan ellos. 

Ya hartos de tanto barroco educativo, propongo una especie de minimalismo en la actuación de los educadores que permita la acción de los educandos.

viernes, 6 de febrero de 2015

LOS TRES DESEOS, EL DESEO
No nos referimos a los deseos básicos que ya apuntó Aristóteles y nos recordó el Arcipreste de Hita.

Como dice Aristóteles, cosa es verdadera:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por tener mantenencia; la otra cosa era
por tener juntamiento con hembra placentera.


Hablamos de educación.  Trato de reflexionar en este post sobre la motivación  -la no motivación, mejor dicho-  de los adolescentes actuales, más concretamente, dentro de estos, quiero referirme a ese grupo para el que trata de dar algunos consejos el psicopedagogo Juan Vaello en su libro “Cómo enseñar al que no quiere”.

José Antonio Marina, distingue tres etapas del deseo en el desarrollo infantil. 

En la primera infancia el niño desea “pasarlo bien”; así, sin más.  No entiende que muchas veces este deseo básico es el cebo para obtener del momento o de la experiencia concreta algo más que un simple “pasatiempo”.

El adolescente se sentiría impelido fundamentalmente por el deseo de relación; todo lo sacrifica a la búsqueda de esa relación con el otro, incluso el “pasarlo bien”, concepto ya muy superado por la necesidad de “quedar bien”, ganar amigos, buscar aprobación, relación... ; también, como el deseo de “pasarlo bien”, encierra otras finalidades en muchas ocasiones ocultas al adolescente, si no del todo ocultas, no tenidas muy en cuenta.

Para el joven el deseo básico se transforma en “ser mejor”.  Esta es la verdadera esencia de los anteriores deseos;  tanto el niño como el adolescente, de manera remota y esencial, supeditaban sus deseos a este principio básico, pero sin mucha conciencia de ello.  El joven ya sí es capaz de sentir que si “lo pasa bien” o si siente necesidad de relacionarse, no muy en el fondo, evidente ya, es en definitiva para “ser mejor”, sentirse más cada día, saber, conocer, crecer.  Y esta, amigos, ya sí es la piedra angular del deseo que durará a lo largo de la vida del adulto; tomando uno y mil disfraces, negándose a sí misma en ocasiones, pero enquistada en nuestro más profundo y ancestral ser.

Es fácil reconocer cómo el niño disfruta conociendo.  Como una imagen vale más que mil palabras os propongo pinchar en este enlace, en el que se muestra lo feliz que se siente una niña al descubrir la lluvia:

OK, estamos de acuerdo, ¿no?  Claro.  No obstante probablemente hayáis caído en la trampa, en el engaño, que nos tienden muchos adolescentes: “No quiero estudiar, no quiero aprender”.   Así, dicho en negro sobre blanco y en un contexto de reflexión parece mentira caer en esta mentira, ¿mentira?  Verdad.

Juegos de palabras aparte, ¿por qué tantos padres dicen pensar eso de “si quisiera podría, pero es que no quiere; es muy listo, pero no quiere”?   ¿Qué no quiere?  ¿Aprender, saber, conocer… ser mejor?  No les sigamos el juego.  Dejémonos de mentiras piadosas, tiritas que evitan sanar y cicatrizar heridas, que nos dan un consuelo efímero y falso.

Hay que concienciar a los padres del sufrimiento de sus hijos, de que éste es tan grande que lo disfrazan del “no quiero”. Es vieja la fábula de la zorra y las uvas, tanto como el deseo de ocultar nuestra frustración a los demás.  Pero, en educación, en el taller del aprendizaje, sólo se progresa si aceptamos nuestros errores y fracasos; es el primer paso para superarlos.  La resiliencia, no es algo que se hereda como la dislexia de pacotilla, se aprende; como la ortografía.

No sé muy bien de quién fue la primera culpa, si fue la gallina o el huevo, si fueron los padres quienes hicieron ansiosos y presuntuosos a los críos o si fue al contrario.  En definitiva, la mentira está tan bien urdida que los profesores se han entregado a ella como flotador en el que agarrarse ante los alumnos que “no quieren”, y por tanto… “yo no puedo hacer nada”.


Cada cosa que hacemos o sentimos tiene su porqué, su motivo; de eso sabe mucho la psicología, vive de ello, de las causas ocultas –más exactamente “trabajosamente ocultadas”.  ¿Qué busca un enseñante al decir eso de “no quiere aprender”, “no le gusta estudiar”?   ¿El deseo de ser mejor?  Me temo que probablemente, y la explicación sería una larga disertación sobre la falta de tiempo, el egoísmo y unos cuantos pecados capitales más demasiado humanos.